Historias de Vida

Son aquellas vivencias de personas reales, que de alguna forma nos enseñan que la vida hay mucho por superar, por aprender y por alcanzar.

Cada historia tiene un mensaje que esperamos llegue a ti, de la mejor forma.

Las manos hablan de vida. De lo que se ha sido y se ha dejado de ser. Retratan momentos específicos de nuestra existencia que definen nuestro presente, más allá del mundo percibido con el tacto. Siga este recorrido  por algunas historias de vida, entre calles y montañas, retratadas por las vivencias de sus manos.

Por Ana María García y Julián Espinosa

Historia de paola

 

 

A PAOLA NO LE GUSTA QUE LA GENTE SE LE ACERQUE Y PUEDA SENTIR SU OLOR A MUGRE.

 

Por eso, un día que deambulaba por las calles del centro de Bogotá y se encontró con una tía suya huyó para que no pudiera reconocerla. 

Tenía miedo, según cuenta, de que la viera así de delgada, con los dientes partidos, con las uñas sucias, sus dedos desfigurados y, sobre todo, con el penetrante olor de dos años de indigencia por las calles de la capital. Huyó de su casa a los 16, cuando le reclamaron por sus constantes salidas a fiestas.Desde esa vez no ha vuelto y no cree que regrese. Aprendió a sobrevivir en la calle, sola y a la intemperie. Una noche, por la Séptima, un indigente aprovechó la oscuridad, se le acercó y la intentó violar. Con sus manos lo empujó y corrió desesperada hasta perderlo. Por eso camina siempre sola, porque no confía en quienes, como ella, viven en la calle.

        

Historias reales

Siempre recuerda aquellos a quienes sirves

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó a una mesa. La mesera puso un vaso de agua en frente de él. "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?" pregunto el niño. "Cincuenta centavos", respondió la mesera. El niño sacó su mano de su bolsillo y examinó un número de monedas. "¿Cuánto cuesta un helado solo?", volvió a preguntar. 

Algunas personas estaban esperando por una mesa y la mesera ya estaba un poco impaciente. "Treinta y cinco centavos", dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. "Quiero el helado solo", dijo el niño. La mesera le trajo el helado, y puso la cuenta en la mesa y se fue. 

El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la mesera volvió, ella empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había los treinta y cinco centavos y veinticinco más... su propina. 

Jamás juzgues a alguien antes de tiempo. 


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